Cuando mi alma repose ya,
en las aguas quietas de un tumultuoso río,
que al fín se ha vuelto un remanso.
Y en cuyas mágicas aguas me envuelvan en un canto de sueños,
que por prohibidos arden ahora incandescentes.
Mis agrietados pies, doloridos de tanto caminar...
y estos huesos tan gastados se encuentran,
que hacen temblar y crujir mi cuerpo,
como reseco árbol que yace tumbado,
olvidado por el verde frescor de la juventud,
sin color ni fragancia,
el dolor y la agonía se hacen presentes.
Lo más tierno y puro de mis sueños,
humildes, frágiles y gentiles...
permanece inmóvil y adormecido.
A pesar del rayo y la tormenta que arrastraron lo inevitable,
ya no existe el dolor.
Es entonces cuando desplegaré las alas de mi espíritu,
para recorrer aquellas calles de mi pueblo,
y encontrarte esperándome,
en la ultima de todas ellas...